DEJEN DORMIR
Cada tanto, además, recibía pinchazos, sin sentir dolor alguno (la palabra dolor tenía para él un significado indescriptible). Algo le inyectaban. También le mojaban la cara, a veces con agua helada y otras, las menos, con agua tibia o hirviendo. No sabía el porqué del maltrato, por qué no lo dejaban dormir. Sus recuerdos se tornaron un sueño confuso, al punto de olvidar hasta su propio nombre.
De vez en cuando veía a lo lejos, cuando no estaba encendida la lámpara, pequeños destellos provenientes de algún metal, y aunque sólo los veía al recibir los impulsos eléctricos (único momento en que abría los ojos), se encendía dentro suyo una pequeña llama de esperanza. En este momento de felicidad (por decirlo de algún modo), intentaba gritar, o por lo menos hablar, queriendo encontrar un salvador entre las sombras, pero no lo lograba a pesar de sus esfuerzos. A veces ni siquiera podía abrir la boca, entonces volvían el cansancio y el dolor y se esfumaba la esperanza, dejando su lugar a los deseos de muerte.
Sus intentos de suicidio fueron varios, acordes a sus posibilidades: quiso dejar de respirar, tragarse la lengua, cortarse las venas con las correas que le sujetaban las muñecas. Nunca encontró la fuerza suficiente.
Un día, la lámpara no se prendió, y los impulsos eléctricos cesaron. "Al fin podré dormir", pensó. Pero.
Oyó pasos cercanos y se despertó con un fuerte dolor de cabeza. No pudo abrir los ojos en el primer intento, y cuando lo logró no vio absolutamente nada.
- Llévenselo -, dijo una voz grave mientras lo sujetaban de ambos brazos. Escuchó un ruido de motor y se lo llevaron sin siquiera intentar oponer resistencia. Cuando al fin sus ojos se acostumbraron a la luz y comenzaban a entender que había un mundo alrededor, un fuerte golpe en la cabeza lo acostó en el interior del vehículo, aunque no perdió la conciencia. Luego vendaron sus ojos y volvió a su eterna oscuridad.
- Pónganlo junto a los otros -, dijo la voz grave cuando lo bajaron del vehículo. Sintió dolor en las piernas, ya que lo arrastraban por un terreno pedregoso, y supo que perdía mucha sangre. Estuvo inconsciente un momento, y cuando volvió en sí estaba sentado junto a una roca, que le servía de sostén. Quiso mover las manos, pero las tenía fuertemente atadas. Se sintió solo, pero pensó que iban a encontrarlo en cualquier momento, desatarlo y dejarlo dormir, por favor, dejarlo. Llegó a esta conclusión porque el sol le quemaba la piel intensamente, volviendo la esperanza sabiéndose en un lugar abierto, y no encerrado en una oscura habitación. Luego oyó que alguien sollozaba muy cerca y quiso hablarle, pero no pudo. Intentó entonces acercarse, pero al mínimo movimiento sintió tal dolor que desistió de su empresa. Luego un ruido seco y fuerte lo asustó sobremanera. Sintió miedo. Quiso pedir auxilio y escuchó por primera vez en mucho tiempo que su boca emitía un sonido, y aunque éste fuera sumamente ronco y casi imperceptible, retornaron las esperanzas y siguió intentando comunicarse, pero sólo murmuraba y nadie le respondía. Poco tiempo duró esta situación, ya que en medio de sus murmullos un frío metal se apoyó sobre su cabeza, y entonces recordó quien era, y por qué estaba donde estaba, y el estallido no lo sorprendió.