MOSQUITOS INVADEN LA CIUDAD
Camino por la ciudad, necesito parque. Camino por el parque, necesito humo. No se me ocurre mejor idea que acercarme a un policía, le pregunto, me ofrece, acepto. Busco un lugar apartado para sentarme. Lo encuentro, me siento. Armo. Mientras, millones de mosquitos hacen de mí su almuerzo. Pienso en huir, pero decido luchar. Recuerdo lo aprendido en la cárcel, enciendo. Aspiro fuertemente, disparo humo a diestra y siniestra, repito la operación. Decido llamarla “Operación mosquito”, comprendo que pegó el fasito. Victoria, desaparece el enemigo de mi campo de visión. Me siento fuerte, acabo de ganar una guerra. Aparecen entonces referencias a imágenes bélicas, películas yanquis, etcétera, y la metonimia de siempre me lleva por las oscuras ramas de mi inconsciente hasta discutir, solo, la correcta proporción de ingredientes de la salsa pomarola. Algunas horas después emprendo el regreso a casa, relajado, pero también sediento de almuerzo. Luego de llenar mi estómago con unos deliciosos tallarines fríos, me vence el sueño y caigo rendido en mi colchón.
Despierto veinte horas después, con una molestia en el ojo izquierdo. Pienso que es un orzuelo, pero duele demasiado y está muy hinchado, no puedo abrirlo. Voy al médico. Me hace algunas preguntas, respondo. Compruebo que aún persisten los efectos dañinos de la hierba. Escucho el diagnóstico. Graves lesiones en la córnea provocadas por una enorme cantidad de picaduras de mosquito. Me receta antibióticos, un parche por un mes.
Días después, donde estaba mi ojo izquierdo sólo tengo una bola de pus. En la calle me gritan pirata, me dejó mi novia y muy probablemente perderé la visión del ojo. Ésta es mi historia, y la cuento porque quizá sirva de algo. Quiero que sepas, querido lector, lo perjudicial que puede resultar fumar yuyos prohibidos, y no en vano, por la sabia ley de los hombres elegidos por el pueblo. No vaya a ser que termines como yo, inventando historias como ésta.
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